Pensamientos del Padre Etcheverry
Pentecostés
“Qué bien nos viene esperar Pentecostés como lo hicieron los apóstoles para poder como ellos, rezar, comunicarnos con Dios, para pedir y sobre todo abrir los oídos del alma para escuchar.
Eso hicieron los apóstoles los días precedentes a Pentecostés por mandato de Jesucristo Nuestro Señor. Eso hace toda la Iglesia en su novena de Pentecostés, la única novena de origen divino que fue ordenada por el mismo Jesucristo. Eso podemos hacer nosotros al tener la suerte, la dicha inmensa, el regalo de Dios de poder disponer de un rato de adoración antes de Pentecostés y recibir el Espíritu Santo de la manera más adecuada.” Mayo, 1968
“Jesucristo había dicho a los apóstoles que cuando venga el Espíritu Santo, el Paráclito, el Abogado, les enseñará todas las cosas y les explicará todo lo que Él ya les había enseñado.
El Espíritu Santo no viene al mundo a darnos nada nuevo sino a aportarnos una unión más perfecta con Jesucristo. No nos va a enseñar una nueva doctrina, nos va a abrir la inteligencia para que recibamos la doctrina de Jesucristo. No nos va a dar un nuevo amor, nos va a encender el corazón para que nos enamoremos más y más de Él. No nos va dar una fuerza distinta, va a disponer nuestra alma para que la fuerza de Jesucristo se apodere de nosotros y para que estemos en condiciones no sólo de vivir hasta sus últimas consecuencias de acuerdo con la luz y el amor que Él nos aporte, sino también para que estemos en condiciones de irradiar esa luz, de comunicar ese amor y esa fuerza a los demás.
El Espíritu Santo que desde toda la eternidad cumple en la Trinidad la misión maravillosa de unir al Hijo con el Padre y al Padre con el Hijo, viene al mundo a seguir cumpliendo esa misma misión de unirnos a nosotros con esas divinas personas, inmediatamente con Jesucristo y unidos a Él marchar al Padre Eterno.
Por lo tanto en la fiesta de Pentecostés va a empezar la nueva vida de Jesús en nuestro interior. Cada uno va a comenzar a encontrarlo a Jesucristo en su interior en una intimidad mucho mayor.
Y a partir de ese día de Pentecostés nace la común hermandad, íntima hermandad con Jesucristo, que al unirse desde el interior de cada uno de nosotros establece vasos comunicantes y todos los hombres quedan comunicados entre sí al estarlo de un modo común con la misma fuente, la misma Cabeza que es Jesucristo.
Y nacen las consecuencias de esa hermandad, es decir, el amor al prójimo y la necesidad imperiosa de comunicar la vida de Él a los demás.
Nace la Iglesia que no puede contener dentro de sus propios límites esa presencia infinita y desbordante del fuego divino y que tiene que expandirlo necesariamente para darle a Jesucristo otras moradas, nuevos miembros unidos en ese mismo fuego que es la gracia.” Mayo, 1963
“El gran misterio de Pentecostés es el misterio del nuevo nacimiento de Jesucristo, no ya en su forma visible, en ese cuerpo que recibió de la Virgen, sino la nueva presencia de Jesucristo espiritualizado también en su físico, dentro de cada uno de nosotros. El día de Pentecostés los apóstoles aprenden a descubrirlo a Jesucristo en su interior, a tener un contacto nuevo con Él.
Aprenden a oír de nuevo lo que Jesucristo ya les había enseñado tantas veces y que ellos no habían comprendido, eso que tantas veces entraba por un oído y salía por el otro, sin dejar ninguna huella en su interior, ni en su conducta.
Ahora redescubren el sentido de las cosas; ahora son capaces de valorar esa docencia del Señor; ahora todo eso se puede constituir en su propio pensamiento, en su propia valoración; ahora todo eso es capaz de bajar al corazón e inflamarlo; ahora todo eso es capaz de venir a la voluntad y darle un nuevo temple y una nueva rectitud. Jesucristo ya es Maestro interior.
Y es tan grande esa plenitud de Jesucristo dentro de cada uno de ellos, que no la pueden retener. La docencia de Jesucristo dentro de los apóstoles es tan poderosa, que saliendo fuera, es capaz de persuadir. Y es tal el poder de persuasión y el apoyo de Jesucristo y es tal la colaboración de la gracia del Señor dentro de los oyentes, que a pesar de que los Apóstoles hablan la lengua popular de la Palestina, todos los que están ahí presentes, originarios de diversos puntos del Imperio Romano, todos y cada uno los oyen hablar en su propia lengua. Todos entienden.
Y así entonces los apóstoles que el día de Pentecostés, descubren la presencia nueva de Jesús dentro de ellos mismos, descubren simultáneamente la nueva presencia de Jesucristo en los otros, en los demás, en el prójimo.” Mayo, 1970
“El Espíritu Santo hace todo lo necesario para esa unión nuestra con Jesús:
Viene en forma de fuego:
Y el fuego purifica, quita microbios. El fuego limpia totalmente. El fuego destruye todo lo que en nosotros se opone a la presencia de Jesucristo. El fuego prepara el ambiente para que esa presencia del Señor dentro de nosotros no tenga ningún obstáculo. El fuego derriba paredes, derriba tabiques, derriba escollos aunque sean montañas.
Y el fuego ablanda nuestro interior, ablanda la masa, ablanda el metal, lo hace maleable, lo hace moldeable para que Jesucristo en nuestro interior pueda configurarnos a su propia imagen y a su propia semejanza.
Más aun, nos funde. El Espíritu Santo consigue -si estamos dispuestos- unirnos, fusionarnos a Jesucristo Nuestro Señor de tal manera que estemos ya indisolublemente soldados, unidos en sus manos, y así la transformación interior no sólo es en nuestro provecho sino que también es para que nos convirtamos en instrumentos en las manos de Jesucristo para expandir ese mismo fuego de Pentecostés, expandir la presencia de Jesucristo en todo el mundo. Los apóstoles, inmediatamente después del momento de Pentecostés salieron afuera y comenzaron a predicar y a convertir a toda la gente.
Y el fuego es luminoso hace que se vayan todo tipo de tinieblas de nuestra mente para que los pensamientos de Jesucristo puedan entrar directamente en nuestra inteligencia.
Y el fuego es caliente, es caluroso, viene a quitar todas las frialdades de nuestro corazón, a ahuyentar todo lo que es frialdad para que pueda entrar el calor del corazón de Jesucristo dentro del nuestro.
Y el fuego es energía que viene a quitar todas las debilidades de nuestra voluntad para que allí entre la hoguera de la fuerza de Jesucristo y nos convierta en capaces de realizar en nuestra propia vida todo lo que la voluntad de Jesús quiera de nosotros.
Viene en forma de viento huracanado:
El Espíritu Santo, en forma de lenguas de fuego, viene al compás de un viento huracanado. ¿Y qué hace el huracán? Junta las moléculas del aire, les da a todas un mismo sentido y las proyecta en una misma dirección con una fuerza maravillosa.
Y así, los Apóstoles salieron todos juntos y al unísono se proyectaron sobre la tierra con una fuerza tal que en pocos siglos el mundo se convirtió en cristiano. Con una fuerza avasalladora. Y no hubo ningún tipo de obstáculos -ni siquiera la muerte- que impidiera que ellos cumplieran la función que debían cumplir de llevar el fuego que tenían adentro y que había bajado en sus corazones y en sus mentes el día de Pentecostés. Llevarlo hasta los últimos confines de la tierra.
El Espíritu Santo viene hoy también a nuestro interior con ese viento para que todo el fuego que nos ha traído adentro lo llevemos hacia afuera y lo llevemos al unísono y sin que nada nos detenga, en una marcha por la tierra que retorne necesariamente al Cielo.” Mayo, 1969
“Todo depende de que junto con la Virgen, como hicieron los apóstoles, estemos disponibles, dejemos que entre el Espíritu Santo y que el Espíritu Santo así nos ponga en manos de Jesucristo.
Y esto tenemos que pedir en este momento para nosotros, para todos aquellos a quienes queremos y para todos los que están vinculados con nosotros. Y tenemos que pedirlo para toda la Iglesia.
El día de Pentecostés es el día de la Iglesia, el día del nacimiento de la Iglesia, del nacimiento de los hombres unidos entre sí porque unidos todos a Jesucristo gracias al poder del Espíritu Santo. Tenemos que pedir especialmente por el Papa, tenemos que pedir por los obispos, por los sacerdotes, por los consagrados, por todos aquellos que deben, en un grado o en otro, ser instrumentos por donde ese fuego llegue hasta los últimos confines del mundo y en todos lados encienda la luz de Jesucristo, caliente con el calor de Él, produzca obras buenas de vida eterna con la energía que el Señor trae.” Mayo, 1969