Pensamientos del Padre Etcheverry para rezar cada día
III Domingo de cuaresma - Ciclo A
El encuentro de Jesús con la Samaritana (Jn 4,1-30)
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​“Digámosle a Jesucristo nuestra petición de que nos conceda un rato de charla. Que a propósito del texto que vamos a considerar, nos hable a nuestro interior; nos ponga en la inteligencia los pensamientos más conducentes a su gloria y a nuestro provecho, en el corazón los mejores sentimientos, en la voluntad las actitudes y las resoluciones más oportunas.
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Jesús le dijo: “Dame de beber” (v.7)
Jesús tenía hambre y sed. El Dios lleno de todo, se hizo hombre por amor, y por amor a mí padece hambre y sed.
El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna. (v.13)
El agua de la vida divina que Jesucristo viene a darnos va a convertirse, si la recibimos y somos dóciles, en una fuente, en un manantial capaz de crecer permanentemente en nosotros y saltar de nosotros al prójimo y llegar hasta la vida eterna. Es el agua de la vida Divina, vida del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo desde toda la eternidad, y que a través de la humanidad de Jesucristo viene a los hombres, y a través de unos hombres llega a otros, para no cesar jamás su corriente salvífica, fecunda, productora de frutos, hasta la vida eterna, y allá por siempre, por jamás.
“Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». (vs. 22 y 23)
Lo que importa es la verdadera relación, la definitiva relación de los hombres con Dios; la relación por el amor. Por un amor ante todo interior, por un espíritu de fe, por una esperanza que reside dentro del alma. Por una rectitud, un desprendimiento, por una buena voluntad, por un conjunto de virtudes que no residen en formalismos exteriores, más aún que se requieren para que toda fórmula, toda ceremonia, todo acto exterior valga. Llegó la hora en la que Dios quiere que lo conozcamos, lo amemos, lo sirvamos espiritualmente y de verdad. Con toda sinceridad, con toda rectitud.
Han pasado dos mil años, Jesús Nuestro, desde que le dijiste a esa mujer estas palabras. Pero estaban dirigidas también a mí, también a mi espíritu y a mi corazón.
Tú me dices que llegó la hora de la total sinceridad, de la total rectitud, de la total verdad. De avivar mi fe en tu presencia interior dentro de mí; de decirte: “oh Señor, que me mires como soy, que me ilumines con tu luz, que me vea a mí mismo con la misma luz y del mismo modo en el cual me estás mirando; y que te diga: ‘Aquí estoy Señor, haz en mí y de mí lo que quieras. Quita, pon, cambia, corrige, cercena, agrega, manda. Habla Señor que tu siervo escucha. ¿Qué quieres Señor que haga?’” Mayo, 1968.