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Sentire cum Ecclesia

Luis María Etcheverry Boneo, Enero, 1963

Quisiera tener un breve rato de conversación sentida sobre nuestra madre la Iglesia. 

Sentire cum Ecclesia, lindísimo ejercicio de San Igna­cio de Loyola, donde nos da reglas para sentir con la Iglesia. (…).  Nuestra unidad con la Iglesia es la garantía segura de nuestra unidad con Dios. 

 

La Iglesia, segunda Encarnación de Jesucristo, Jesucristo prolongado a través del tiempo y del espacio y llevado por ese medio -la Iglesia- con todo su amor, con toda su providencia, con toda su vida hasta mí.

 

La Iglesia que es familia y que es madre porque da la vida y su primer desarrollo. Verdaderamente mater Ecclesia. Verdade­ramente familia Ecclesia, porque en el seno de ella he nacido a la vida sobrenatural y en ella y por ella y en medio de ella se ha desarrollado esa misma vida sobrenatural. 

 

Y la Iglesia en el orden sobrenatural es patria, es nación, porque en ella alcanzo mi perfec­cionamiento en el orden sobrenatural, como en el orden natural alcanzo mi perfeccionamiento natural en la patria. Es patria en el orden altamente sobrenatural porque en ella en­cuentro no sólo mi perfeccionamiento sino mi vocación particu­lar, sobrenatural, como en el orden humano en la sociedad políti­ca tiene sentido la exis­tencia, el ejercicio de la voca­ción particular, distinta.

 

 

La Iglesia, mi Iglesia trascendente, la que cobija, la que da sentido y seguridad a esa tremenda vocación de trascendencia que llevo dentro, en virtud de la cual no me resigno a acabar con el tiempo y en virtud de la cual no me resigno a vivir sino superando todas mis aspiraciones. Esa Iglesia es aquella en la cual cada una de mis más pequeñas y circunstancia­les actividades temporales, incluso las más breves, las que sólo son por segundos, repercuten, se proyec­tan, sobreviven por toda la eternidad. La Iglesia, mi madre y mi familia, mi patria pero una patria eterna que me cobija aquí abajo y me va a cobijar cuando a través de la tierra, pase esta vida y llegue a la eternidad; me cobija, me abriga ahora y me va a cobijar por siempre. 

 

Mi Iglesia, mi Iglesia católica, es decir, universal. Mi Iglesia que tiene suficiente delicadeza, suficiente vecindad para ser muy local, muy doméstica, muy mía, para ser muy seno maternal que me abriga y que da el sentido a todas mis cosas más pequeñas, más folklóricas, incluso más persona­les, pero para al mismo tiempo tomar esa célula que soy yo e injertarla en un tejido, ese tejido en un órgano, ese órgano en un aparato y esos aparatos en un organismo: Ella misma, que abarca todo el mundo, todos los pueblos, todas las naciones, todas las razas, todos los hombres de buena voluntad de todas las religiones, que perte­necen de hecho a ella o de derecho, según consideremos. Y que así me ensancha el corazón, lo cobija en su necesidad de calor, lo expande en sus mejores sentimien­tos, en sus aspiraciones a la grandeza y ensancha los brazos del alma para que abrace a todos los hombres. Me hace pasar por encima de todas las particularidades, sentirme muy ciudadano del mundo, sentirme muy hombre. Más aún: esa Iglesia que me cobija muy de cerca y que me cobija en cada momento mío, también cobi­ja, no sólo a todos los hombres de mi tiempo sino a los que ya han vivido y a los que van a venir en el porvenir y los hermana conmigo no sólo en la común proyec­ción en la eternidad sino en el ser peregri­nos de la tierra, en el ser sujetos de la historia y en el progresar paso a paso hacia la perfección, la perfección eterna y la perfec­ción tam­bién de los medios temporales.

 

Mi Iglesia integral: natural y sobrenatural, porque por lo mismo que es sobrenatural y es eterna supone lo natural, lo sana de su pecado y lo perfecciona en ese mismo estado suyo natural y lo eleva. ­Mi Iglesia que se integra así con todas las realida­des humanas, con todos los individuos en todas sus dimensio­nes, con sus comuni­dades, con todas sus sociedades, no sólo respecto de lo eterno sino respec­to también de su propio benefi­cio natural.

 

Mi Iglesia que con la luz de la revelación perfecciona al hombre en el conocimiento de la realidad natural.

 

Mi Iglesia que por la gracia sanante posibilita a los hombres el cumplimiento de las leyes naturales; que con su potestad de régimen, de relacionar rectamente lo temporal y humano a lo eterno y divino, asegura a lo temporal y humano la consecución y medida exacta de fines y medios.

 

La Iglesia que a la vez, porque familia y madre, es reino de amor; por­que sociedad perfecta y patria, reino de justicia; porque es la única que al ser familia -sociedad menor- y patria -sociedad mayor- es la única que tiene dentro de sí el ser amor y justicia: amor que une y justicia que respeta en las propias esferas, es la única que ordena, que es dueña de la tranquilidad en el orden, que es la paz.                       

 

 

Mi Iglesia, esposa de Jesucristo, figura y figurada con respecto a la Virgen, madre e hija de la Virgen a la vez, porque hija de la corre­dención de la Santísima Virgen como de la reden­ción de Jesu­cristo. /…/ La Virgen es Madre del Cuerpo Místico pero el Cuerpo Místico está integrado por todos los redimidos y Ella a la vez fue redimida, redimida antes. Por otra parte es corre­dentora y la redención es efecto de Jesucristo. De la misma manera que la Vir­gen es causa y efecto, donante y recipiendaria de su propia reden­ción, pasa otro tanto en la Iglesia respecto de la Virgen y con la Virgen respecto de la Iglesia.

 

Y a esa Iglesia /…/ debo conocerla, a esa Iglesia debo amarla, a esa Iglesia le debo genero­sidad, a esa Iglesia le debo delicadeza, a esa Iglesia le debo fidelidad, a esa Iglesia le debo lealtad, a esa Iglesia le debo actos grandes y peque­ños, le debo congratularme y compadecerme, a esa Iglesia le debo el amar sus triunfos y el amar sus sacrificios, a esa Iglesia le debo comprenderla, le debo asimilarme a ella,  le de­bo llegar a compar­tir con ella el modo de sentir, el modo de juzgar, el modo de  valorar, el modo de ale­grar­me, el modo de penar, a esa Iglesia le debo en particular el conocimiento concreto de sus personas, de sus instituciones, de sus problemas, de sus triunfos, de sus derro­tas, las del pasado (…), las del presente, sobre todo las del presente para vibrar con ella, para sentirme familiar de esas perso­nas, de esas instituciones, preocupada por esos problemas, gozosa con esos triunfos y dolida con esas dificultades. ¿Acaso la Iglesia no es Jesucristo prolongado? /…/

 

Conocer la Iglesia, amar la Iglesia, comprenderla, valorar­la, sentir con ella /…/

 

La Iglesia peregri­na permanente, sin cansarse. La Iglesia perseguida perpe­tuamente, sin ceder. La Iglesia dueña de todos los bienes para volcar­los perma­nente­mente sobre la miseria humana, sobre la indigencia de este mundo, sin cansarse.

 

              ¡Qué lindo tema el de la Iglesia para conversarlo seguido con Jesu­cristo!

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