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Pensamientos del Padre Etcheverry para rezar  cada día


                                              Domingo de Ramos

“¿Qué sentimientos debe despertar en nosotros la contemplación de la Pasión y Muerte de Jesús?
 

Compasión
Frente a Jesús que muere y que muere del modo tan espantoso que nosotros conocemos, lo primero que provoca en cualquier corazón sanamente humano, es profunda compasión en el sentido más estricto, dolor con el que se está doliendo de tal manera, pasión con el que padece.
 
Amor de gratitud

Además sabemos que ese hombre que padece tanto no lo hace al azar, sin motivo; padece tanto libremente porque ha querido reemplazarnos en el padecimiento que nos hubiera correspondido por nuestros pecados. Él pasa ese infierno espantoso de la Cruz y de Getsemaní para ahorrarnos a nosotros los hombres la condena que nuestras culpas hubieran merecido.
Y entonces, si al verlo sufrir sentimos compasión, al advertir que Él sufre para que no suframos nosotros, que muere Él para que no muramos nosotros, naturalmente debe crear en nuestro corazón un sentimiento de profunda gratitud que termina en amor de gratitud. Porque si nadie, dice Jesucristo, muestra más amor a otra persona que el que da la vida por ella, nadie tiene más título al amor de gratitud que el que da la vida por otra persona; y esto, no por una elucubración larga, complicada, intelectual y menos, abstracta; sino por una lógica del corazón, de cualquier corazón elementalmente bien nacido.


Dolor por nuestras culpas
Pero en tercer lugar advertimos que ese que padece tanto y que muere libremente porque ocupa mi lugar y para que yo no padezca y muera, no padece y muere para librarme a mí de algo que me hubiera ocurrido por una desgracia, por una fatalidad ajena a mi voluntad, ajena a mi responsabilidad, ajena a mi proceder, ajena a mis juicios, a mis valores, a mis decisiones, a mi conducta, a mi persona, sino que la muerte a la cual yo hubiera ido ha sido merecida responsablemente y libremente por mí; así, el tercer sentimiento que debe provocar la presencia de Jesucristo en Getsemaní o en la Cruz, debe ser un dolor profundo, un arrepentimiento profundo de nuestra conducta, de nuestras faltas, de nuestra irresponsabilidad, de nuestra falta de cabeza, de nuestra falta de nobleza, de nuestra ausencia de corazón; un dolor profundo, un arrepentimiento profundo con respecto a todo aquello que en nosotros ha producido el pecado, ese pecado que nos hubiera llevado a la muerte si Jesús no hubiera venido a reemplazarnos en ella. Este dolor de nuestras culpas es el tercer sentimiento que lógicamente la Pasión de Jesucristo debe producir.

 
Propósito respecto del futuro
Y de ese tercer sentimiento se deriva un cuarto. Yo no puedo sentir dolor verdadero de ser la causa de que Jesucristo muera y quedarme indiferente con respecto a lo que yo haga en el futuro con mi conducta. No puede ser sincero mi dolor respecto del pasado si no implica un propósito eficaz, decidido y práctico respecto del futuro; un sentimiento de que en el futuro sean distintas las cosas y, en consecuencia, una actitud de la voluntad que en la práctica respalde ese sentimiento.

 
Aliviar el sufrimiento de Jesús
Y debe nacer dentro de mí también el deseo de aliviar ese sufrimiento de Jesús. No sólo no hacer nada en el futuro para provocar el dolor de Jesús por mi conducta, sino también el deseo de hacer algo ya, si puedo, para aliviar ese sufrimiento que he provocado. Debe originarse dentro de mí el sentimiento y luego la actitud de voluntad de reparar, en lo posible, aquello que ha provocado el dolor de Jesucristo.


Si vamos cultivando estos sentimientos de compasión, gratitud, dolor de los propios pecados, propósito de enmienda, deseo de reparar y de ser delicados con Jesucristo, tendremos asegurado lo que Él y la Iglesia han querido y quieren al instituir y renovar cada año estas celebraciones.
Entonces tendremos una fuente inmensa sacramental de perdón para nuestras culpas, de limpieza de nuestras almas y una fuente inmensa de crecimiento de la gracia y de nuestra vida espiritual, y, además, un enorme beneficio para muchas otras personas dentro de la Iglesia e incluso para la sociedad y para el mundo.” Febrero, 1971

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