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Pensamientos del Padre Etcheverry Boneo 
 

 

SOLEMNIDAD DE LA ENCARNACIÓN

“El Verbo se hizo carne. Desde el día de la Encarnación comienza el Hijo de Dios a tener un instrumento de expresión y de acción sensible adecuado a los hombres: su propia humanidad. Y, simultáneamente, la Virgen le sirve de sagrario y de instrumento sacramental: María lo tiene dentro a Jesús y lo expresa y lo da a los demás, como hizo en la visitación con Santa Isabel.

Este momento es la gran alborada de la humanidad. Es el comienzo de la unión de Dios con los hombres y de la divinización de toda la realidad temporal. Es el comienzo de la gran epopeya de la humanidad, de la gran gesta de Dios en los hombres y por los hombres… Así seguramente miraron este día Jesucristo y la Virgen, con la mente bien elevada, con el corazón muy ancho y con la voluntad serenamente firme”.  Marzo, 1965

 

“La Virgen, cuando lo recibe a Jesucristo en su interior lo trata tan bien, se pone tanto a disposición de Él, está tan abierta, en total sinceridad para oír todo lo que Jesús quiera decirle y para ver todo lo que Él quiera señalarle, es tan dócil, está tan rectamente dispuesta, está tanto en las manos de Jesucristo, que Él la maneja enteramente en su interior. Y se produce esa dialéctica, ese intercambio maravilloso de esos nueve meses en los cuales la Virgen le va dando a Jesucristo célula tras célula con lo cual Él se va tejiendo su vestido corporal y a la vez dentro de la Virgen va pintando su propia imagen y haciendo el alma de Ella cada vez más semejante a la de Él y, por lo tanto, a la divinidad”. Enero, 1971

 

“El ángel le había dicho a la Virgen: Dios te salve María, llena eres de gracia, ¿y qué no le habrá dicho el Verbo directamente a la Virgen al poderle hablar por primera vez con lenguaje humano, más aún, con un lenguaje tan entrañablemente capaz de ser captado por Ella?

Y la Virgen había estado siempre con el alma y los brazos abiertos, y los oídos abiertos a lo que Dios quisiera de Ella y le responde: He aquí la esclava del Señor; “ya que Tú dices que quieres asumirme como madre, hágase en mí según tu palabra, según este deseo de Dios. Que Él haga o no haga, haga una cosa u otra, me asuma o me abandone, como mejor le plazca, aquí estoy con el corazón lleno de amor a Él y a lo que Él decida”.

Y el Verbo le habrá contestado: “ya que así lo quieres, aquí estoy; he venido a encerrarme dentro de ti, he venido a pedirte un cuerpo humano, he venido a pedirte alojamiento por nueve meses dentro de ti misma para que me alimentes con tu sangre, para que nutras mis células con las tuyas, para hacerme solidario de tu biología; para adquirir estado de hombre y autonomía y poder luego tener una protección como tienen todos los niños de parte de su madre respecto del vestido y de la comida, del alojamiento durante algún tiempo; y luego salir afuera a predicar pero siempre resguardadas mis necesidades materiales por ti; aquí vengo a poner totalmente para siempre mi vida humana en tus manos mientras esté en la tierra, en el curso mortal de esa mi vida. Y puedes imaginarte cuánto te agradezco, cuánto te quiero, cuánto estoy dispuesto a compensarte, cuánto estoy dispuesto a hacerte llevadero el peso y la enorme responsabilidad que te voy a acarrear, cuánto estoy dispuesto a compartir contigo todo el dolor que te voy a traer, cuánto estoy dispuesto a ser lo más parecido en mi naturaleza humana a lo que puedo ser en mi naturaleza divina, infinitamente fino y generoso para responder a tu finura y a tu generosidad con respecto a mí”.

Qué útil meditar con humildad la actitud de la Virgen, para poder pedirla… ¡Qué arte el de Ella para poder oírlo a Jesucristo y percibirlo en todos sus matices, en todo lo grande y fuerte, en todo lo minúsculo y delicado! ¡Qué capacidad para captar la de la Virgen!, y para responder lo más adecuado: con palabras, con finura de gesto y con hechos.

¡Qué maravilla la vida de la Virgen en compañía permanente de su Hijo! Y no obstante eso vivir volcada en los mil detalles cotidianos de la vida de una mujer de pueblo que tiene que ocuparse del mantenimiento de una casa modesta, en la cual había que limpiar, acomodar, preparar la comida, ir a buscar el agua a la fuente, preparar la mesa, servirlo a san José.

¡Qué cierto que san José no habrá encontrado la menor merma en la diligencia de la Virgen, la menor ausencia! Al contrario, qué maravillosa actitud de la Virgen, de auténtica mujer recién casada y a la vez nueva madre.

¡Qué lejos estuvo la Virgen de despreocuparse un ápice de ninguna responsabilidad!

Ella en aquel instante al comenzar la Encarnación lejos de sentir disminuida su responsabilidad la sintió y la juzgó y la percibió y la aceptó como enormemente fuerte y existente. Y la aceptó no sólo respecto de la primera Encarnación sino también respecto de la segunda que iba a comenzar a existir a partir de Pentecostés. Al meditar esto, al pensar en que la maternidad de la Virgen es ejemplo, es fuente de gracias, es decir, es sacramento, piensen también que es sacramento respecto de esa responsabilidad.

Digámosle a Jesús nuestro afecto, nuestra gratitud por la idea maravillosa concebida en la mente del Padre y en la de Él mismo y en la del Espíritu Santo y por la voluntad también allí originada, de que alguna vez ocurriera en la tierra la maravilla que la Anunciación celebra.

Gratitud. Alegría. Emoción. Paz. Y al mismo tiempo seriedad, propósito serio de responsabilidad”. Marzo, 1961

 

“Habla Señor, digámosle, háblanos que queremos escucharte; muéstranos qué quieres que hagamos. Ahora en este instante en nuestro interior y luego en nuestra vida, siempre, donde quieras, para poner en práctica lo que tu palabra nos indique. Es decir hágase la conformidad de mi inteligencia con tu palabra, de mi voluntad con tu palabra, del corazón con tu palabra, de los hechos interiores y de las acciones externas y del producto de esas acciones. Hágase según tu palabra”. Septiembre, 1960

 

“Tú te hiciste hombre, Jesús Nuestro, para que tu humanidad fuera un puente maravilloso de recíproca simbiosis, de recíproca ósmosis. Para que a través de tu humanidad, bajara tu naturaleza divina en forma de gracia y subiera nuestra humanidad en forma de sacrificio, de entrega, de servicio glorificador, que a la postre no es sino perfeccionador y beatificador de nosotros, los que glorificamos”. Septiembre, 1960

 

Comentario al Prólogo de San Juan (Jn 1, 1-18)

 

En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la percibieron. (Jn 1, 4-5)

“Toda la historia de la humanidad es la historia de la lucha de la luz con las tinieblas, del calor contra el frío, de la vida operosa contra la muerte. Y también toda nuestra historia personal es historia de tu lucha Jesús, de la lucha de tu gracia y de tus virtudes contra todo lo que en nosotros y en derredor de nosotros se opone contra la Luz.

 

Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. (Jn 1, 10-11)

¿Quizá no valdría esto para nosotros mismos? Jesús, ¿no estarás pugnando para entrar más y más en nuestro interior, para aumentar la incandescencia de mi alma, para aumentar la vigencia de la fe en la inteligencia, de la caridad en mi corazón, de la esperanza en ambas potencias?

 

Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. (Jn 1, 12-13)

Tu luz, tu calor, tu vida no nos vinieron por ninguna virtud nuestra sino sólo por tu gracia; haz Jesús que nos dejemos iluminar totalmente, que nos llenemos de tu vida y la desbordemos en cada lugar y en cada tiempo, en cada situación particular y que así seamos instrumento de transmisión de tu presencia para el mundo de hoy”.  Septiembre, 1960

 

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. (Jn 1, 14)

“San Juan vio tu gloria, la vio y toda su predicación posterior fue ser testigo de tu persona histórica y de la divinidad de tu persona histórica.

Te pedimos Señor Nuestro que quites de nosotros las escamas de nuestros ojos y puedan ver tu presencia en todas las cosas, sobre todo en las almas donde habitas o deseas habitar con el Padre y el Espíritu Santo, verte en la Iglesia, en la Jerarquía, el verte en el Santísimo Sacramento…

Que nos des cada vez más una convicción profunda de tal manera que podamos nosotros como san Juan, decir que no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y palpado, de lo que experimentamos, es decir de tu presencia histórica sobrenatural viva en nosotros, viva en la Iglesia, viva de tal manera que nos dé vida y nos permita comunicarla permanentemente a los demás.

Que siempre te veamos y que en nosotros no se vea sino a ti. Que irradiemos tu gracia y tu verdad a los demás y que permanentemente todo nos irradie esa gracia y verdad hacia nosotros”. Agosto, 1960

 

“Que tu presencia en nosotros, que la participación en tu incandescencia, en el calor de luz, que la fe en nuestra inteligencia, que la caridad en nuestro corazón, que también la esperanza nos permitan remontarnos siempre hasta ti Jesús nuestro, hasta la luz, el calor, la fuerza, la alegría y la felicidad de beatitud que tiene toda tu alma y así a tu propia divinidad”. Septiembre, 1960

 

Y el Verbo de hizo carne y habitó en medio de nosotros... “Todo se sintetiza en esto: la divinidad, luz incandescente unida a tu naturaleza humana, y tu humanidad unida a todos los hombres que a través del tiempo y del espacio se iban a injertar por la gracia en ella y así, nuestra naturaleza humana incandescente, a su vez, iba, de alguna manera, a llevar esa incandescencia a todas las cosas. Todas las cosas que así resultan y han de resultar glorificadoras de tu Padre”. Septiembre, 1960

 

“¿Qué es la Encarnación?

La Encarnación es la asunción de una naturaleza humana en propiedad personal de la Segunda Persona de la Trinidad, en virtud de lo cual resulta en el mundo un ser llamado teándrico, que a la vez es theos, Dios, y a la vez antropos, hombre. Teándrico es el Verbo que es Dios porque tiene la naturaleza divina y, a la vez, es hombre porque tiene la naturaleza humana. Tiene la naturaleza divina en ‘condominio’ con las otras dos Personas divinas, con el Padre y el Espíritu Santo, y tiene una naturaleza humana en propiedad exclusiva.

 

Ese ser, Jesucristo, es un hecho histórico excepcional que tiene una trascendencia fundamental en una cultura cristiana, porque si estudiando entendemos bien qué es lo que allí hay de unidad de Persona, qué hay de diversidad de naturalezas, qué hay de relaciones recíprocas entre esas dos naturalezas, tenemos la base para entender todo lo que tiene que ser en lo fundamental una cultura cristiana y una civilización cristiana.

 

La Encarnación es un hecho cultural y de civilización trascendental que define y diferencia radicalmente la cultura y la civilización cristiana de cualquier otra. No es un hecho histórico que aparece y se va, es un hecho histórico generador de una fuerza, es un hecho histórico ejemplarizador, en virtud del cual todo después de Jesucristo en el mundo, toda la tarea cultural y de civilización se hace a partir de Jesucristo, según Jesucristo, a imitación de Jesucristo y con la fuerza, con ese ejemplo, con las ideas y, de alguna manera, hacia Jesucristo.

 

Todas las relaciones que Jesucristo va a tener con las otras Personas divinas, con los otros hombres, con la sociedad, con las cosas, nos van a dar el paradigma para las relaciones que los hombres vamos a tener. Y además no nos va a dar sólo el modelo sino la fuerza necesaria, tanto en el plano sobrenatural como en el natural, para poder realizar esa civilización y esa cultura de acuerdo con ese paradigma. Más aún, en ese hombre Jesucristo vamos a tener el paradigma no sólo de lo social sino también de lo individual de cada hombre. En Jesucristo vamos a tener el ideal humanista por

 

antonomasia. Jesucristo va a ser el hombre perfecto por antonomasia, el modelo acabado, tanto en el orden individual, personal, como en el orden social.

 

Todas las dimensiones de la vida social, los distintos sectores donde los hombres se van integrando a la vida social cumpliendo diversas funciones, en virtud de misiones y de vocaciones diversas, todo llamado a la vida es sobre la base del llamado a expresar alguna dimensión que se dio en Jesucristo. Jesucristo es hombre y Dios, es una síntesis de toda la humanidad y toda la humanidad tiene que dar una explicitación, una amplificación de todas las dimensiones y de todo ese paradigma humanístico que es la humanidad misma de Jesucristo. Y esto vale de cada hombre y de cada comunidad y de cada sociedad. Esto vale de las sociedades destinadas al desarrollo del hombre solamente aquí abajo y de la Iglesia destinada al desarrollo del hombre en relación con el más allá.

 

El hecho fundamental de toda la historia de la cultura y de la civilización es la presencia en la tierra de ese ser hombre y Dios a la vez que se llama Jesucristo. Y el momento más culminante de su vida que es su muerte en la cruz, sella el centro de toda la historia de la cultura y de la civilización”. Septiembre, 1969

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