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El último saludo, querido Padre Etcheverry, es justo y necesario que te llegue de los amigos de Roma. Lamento que este saludo no pueda ser pronunciado en castellano, pero me conforta el pensamiento de que tú entendías y hablabas perfectamente el italiano de Roma y que la amistad suscita entre los hombres una telepatía que permitirá a los presentes comprender, si no la letra, sí el sentido de mis palabras.

 

Roma era para ti la segunda patria, la patria de tu fe y de tu alma. Conociste Roma de joven, todavía seminarista, durante el pontificado de esa gigantesca figura de Pontífice que fue Pío XI, y tú, que en 1941, durante la segunda guerra mundial, fuiste ordenado sacerdote en Roma, donde eras alumno del Colegio Latinoamericano y de la Pontificia Universidad Gregoriana, que te dio el título de doctor en Teología y Filosofía

Luego, a cada momento, has regresado a Roma con el pensamiento y a menudo personalmente, como cuando en 1951 participaste como Relator en el I Congreso Internacional del Apostolado de los Laicos.

 

Recuerdo especialmente tu presencia en Roma en 1969, cuando pude conocerte más íntimamente, cuando acompañaste al Arzobispo de Rosario al Instituto Mendel donde yo trabajo. Nació entonces nuestra amistad, hace sólo dos años, pero de tal modo que la considero uno de los más espléndidos dones que Dios ha dado a mi vida.

Y tú has muerto en Madrid yendo a Roma por última vez; por lo tanto como peregrino de Roma, mirando a Roma, deseando a Roma. Y puesto que no pudiste llegar, como tenías contigo una reliquia de aquel Papa romano, Pío XII, que tanto has amado, venerado y seguido, has muerto besándola. Besando esa reliquia, tú besabas Roma.

El Padre Etcheverry amaba a Roma. Pero hay muchas Romas. Está la Roma arqueológica, la Roma nacional, capital de Italia, la Roma pagana de ayer y de hoy. Pero está también la Roma santa, centro de la Iglesia y madre de Santos, la nueva Jerusalén. Es ésta la Roma del Padre Etcheverry. A él y a todos los que como él se consideran sus ciudadanos, Roma comunica un secreto, es decir, entrega una llave para descifrar su  misión en la humanidad, para interpretar su historia y la historia de los Santos.

Roma enseña, a quien la ama, cómo descifrar una verdad misteriosa y escondida que se puede leer empezando desde la última letra de su nombre hacia la primera. Leído así el nombre de Roma dice "amor", más aún, lo dice en castellano porque dice "amor". Ésta es la profunda enseñanza que los Santos han recogido en Roma; y también el Padre Luis María la ha recogido. Toda su vida ha llegado a ser así un himno de amor, de amor sacro, no profano, de amor entregado a Dios y entregado al hombre. 

 

El amor que el Padre tenía a Dios lo he sentido en aquel día, y fue una sola vez, cuando participé de su Misa. Como el Padre Etcheverry celebraba la Misa, no la he visto celebrar nunca aún a ningún otro. En ese momento se sentía que el título que él le había dado un día a uno de sus "cursillos": "El misterio y el problema del sacerdote", era vivido por él. El

vivía el misterio, porque en ese momento personificaba a Cristo que transformaba el pan en su cuerpo, y al mismo tiempo resolvía el problema fundamental del sacerdote, aquél de incorporar a su misión a todos los hombres y de sacramentalizar el mundo. El Padre Etcheverry no ha ejercido solamente el sacerdocio ministerial, ha enseñado el sacerdocio

universal a todos, a los hombres y a las mujeres, que tienen que cantar a Dios la gloria de las cosas creadas y rendirle el honor y el amor que concierne al Creador.

Su amor no era, entonces, romanticismo, sino sentido acabado de la vida. Este amor, intuido e intercambiado, lo he visto ayer y hoy, transformado en lágrimas de adultos y de jóvenes, las cuales decían que cada uno tenía su recuerdo y su sufrimiento por la falta de su amor. El ha repetido el milagro de Cristo dándose él mismo a cada uno.

Y ahora, Padre Luis María Etcheverry Boneo, ya que estás aquí en tu Argentina y no tienes más la posibilidad de ser peregrino de Roma, permanece en tu tierra como el misionero y el apóstol de Roma.

 

La tumba de todo Santo, aunque lejana, gravita alrededor de Roma, y refleja su luz. A ti toca el deber de continuar hablando de Roma, y también de interceder por la Roma de hoy que continúa su difícil historia, tal vez hoy más difícil que ayer, aquélla que tú habrías llamado la historia de la época en la cual es necesario cristianizar la técnica, para que el amor no se deforme reduciéndose a materia.

Ruega al Señor, para que dé a Roma el modo de enseñar la verdad yde repetir Su misión que tú has recibido y vivido: una misión de amor.

Profesor Luigi Gedda

 

Presidente de la Acción Católica Italiana durante los Pontificados de Pío XI y Pío XII; 

creador y alma de los “Comités Cívicos”,  

fundador de la Asociación de Vida Espiritual "Getsemaní";

Presidente de la Corporación Internacional de Médicos Católicos; 

promotor y Presidente de los "Cïrculos Mario Fani"

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