Palabras de Lila B. Archideo
Presidenta de las Servidoras
En el cementerio de la Recoleta
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Querido Padre:
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Nadie habla en público en la muerte de su padre y menos una mujer. Pero como la paternidad que nos brindó, Padre, excede el ámbito de la vida doméstica y llegó a todos los campos en que hoy nos vemos exigidas a actuar, nos animamos a dejar el dolor silencioso del cobijo de nuestra gran familia, la que usted dirigía, para decir hacia afuera una palabra: gracias.
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Gracias Padre por esa solícita e incansable vida, al servicio de Dios y de su sacerdocio, gracias por ese ejemplo continuo de fe, de fortaleza y de amor. Gracias por ese desprendimiento y abnegación absolutas que lo llevó hasta morir lejos de esta querida familia nuestra y lejos de esta patria con la que nos enseñó a sentirnos comprometidas no menos que con nuestros propios hogares.
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Gracias, por esa visión cristiana del mundo todo que abrió nuestro horizonte cultural, moral y afectivo.
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Gracias, por darnos una doctrina espiritual y una dirección adaptada a nuestro ser de mujeres, a nuestro tiempo y a nuestro espacio.
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Gracias, por su señorío y su caballerosidad, que sólo fueron posibles así, porque había detrás un sacerdocio verdaderamente sacramental.
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Gracias, por el lugar que, sin menoscabo de nuestra femineidad, al contrario, perfeccionándola, nos hizo siempre ocupar en su Obra, en su tiempo, en sus ideales.
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Gracias, por enseñamos a ser madres en una familia, en una escuela, en un hospital, en un juzgado y hasta en la vida política y la investigación.
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Gracias, por su nobleza y su conducta consecuente que nos permitía intuir, antes de oírlos enunciados, los principios y los valores que debíamos asumir.
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Gracias, porque junto a la visión de lo grande nos enseñó a descubrir el detalle. Gracias, porque nos enseñó a ser mujeres y cristianas y apóstoles y nos presentó como asequible la santidad, desde la de la vida del hogar hasta la de la consagración a Dios.
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Gracias, por presentarnos a Jesucristo con la fuerza con la cual nos Lo presentó, a Jesucristo Sacramentado con su presencia real y hacernos así natural la vida sobrenatural.
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Gracias, por enseñarnos a conocer a la Virgen como el modelo alcanzable de cualquier sector de la vida femenina. La Virgen, cuyas advocaciones de Fátima y Lujan que signan permanentemente nuestro tiempo y nuestro espacio, fueron las que especialmente más enseñó a invocar. Gracias, Padre, también, por enseñarnos lo alegre y lo triste siempre con grandeza.
Gracias, por enseñarnos a vivir y por enseñarnos a morir.
Quienes de alguna manera en cargos dirigentes de esta obra suya tenemos que ejercer una función maternal o maternizadora, le prometemos:
- seguir su doctrina, y acaso sobre sus rieles continuar creándola;
- estructurar nuestras instituciones, y acaso crear las que fueren exigiendo las circunstancias; -formar a personas que asuman esa doctrina, la valoren y se comprometan con ella, para mayor gloria de Dios, a fin de seguir construyendo la tierra a la vez que edificando para el cielo, donde usted ya está y donde esperamos encontrarlo. Y por eso le decimos Padre:
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Hasta siempre, hasta cualquier momento.