Pensamientos del Padre Etcheverry
Sagrado Corazón de Jesús
“Todo lo que Jesucristo nos da, esa maravilla, nace del corazón de Dios, de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo. Nace del corazón de Dios y se vive además y se traduce en versión humana en el corazón de Jesucristo hombre.” Mayo, 1967
“Reiterémosle al Sagrado Corazón nuestra fe y nuestra convicción profunda de su amor de Dios y de hombre; en realidad a su único amor, porque partiendo de su divinidad llega y se aloja y se traduce y adquiere la fisonomía de amor humano en su corazón de Hombre.
Ese amor es la fuente de todos nuestros bienes, los de toda la humanidad y los nuestros bien en particular. Ese amor es el que lo hizo elegir entre infinitas posibilidades de personas la mía concreta para venir a la vida, para recibir la filiación divina, la información divina por la gracia y la de la vocación de cada uno. Ese amor es la fuente de todo lo que cada uno de ustedes es y quiere ser.” Junio 1966
“Digámosle a Jesús nuestro agradecimiento más cordial, más profundo y nuestro pedido de que transmita de su corazón al nuestro ese mismo amor para que se haga también nuestro, y así tengamos con qué y por qué pagarle dignamente a Él y a su Padre y al Espíritu Santo, y así volcarnos a las almas para trasmitirles ese mismo amor que de Él procede.” Junio, 1969
“La fiesta del Sagrado Corazón es la fiesta del amor de Jesucristo como fuente de todos nuestros bienes, los de orden natural y sobre todo los de orden sobrenatural; particularmente aquellos bienes que nos consiguió mediante su redención dolorosa, de su amor sufriente. Ustedes recuerdan que en una aparición a santa Margarita María de Alacoque, el Señor se queja mostrando su corazón: "He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres y no recibe a cambio de ellos sino insultos y desatenciones". Es la fiesta de Jesucristo que nos ha hecho tanto bien y que sufre con la ingratitud y la falta de nobleza de los hombres.
Entonces, es una fiesta que nos tiene que empujar hacia el amor de gratitud por todos los beneficios recibidos y hacia la reparación por la falta de amor y de gratitud que nosotros mismos hayamos tenido en el pasado y en el presente y que hayan tenido y tengan otros hombres.” Junio 1966
“Recordemos que la exigencia nuestra de perfección tiene dos movimientos: uno alejarnos de lo malo, de los defectos, y un segundo movimiento que es marchar hacia el bien. Una y otra exigencia son en definitiva por amor a Jesucristo, ese amor tiene que ser el motor único que nos impulse al alejamiento del mal y al acercamiento al bien, tiene que ser el motor que nos empuje hacia la perfección, hacia la imitación de Jesucristo, hacia la entrega más y más a Él por amor.
Y notemos que nuestro pecado y esa ausencia de perfección, le produjo a Jesucristo un profundo dolor durante la pasión y especialmente en Getsemaní y en la Cruz.
No tengamos duda que fue así en Getsemaní; ese miedo que lo hace temblar es fruto de que en ese momento sustituye a toda la humanidad como sujeto de posesión, de responsabilidad, de dolor y de arrepentimiento del pecado… “Aquel que no había conocido el pecado, Dios lo convirtió a El mismo en pecado”… “Me amó a mí y se entregó a la muerte por mí” dice San Pablo
Nosotros, yo en particular, frente a su compañía buscamos las de las cosas y la de las creaturas; frente a Su Persona y al dejarnos asumir y poseer por Él, buscamos nuestra propia persona, tal vez nuestra independencia, nuestra propia pseudo seguridad y mentirosa sustentación. Y Él quiso pasar por toda su pasión y muerte como consecuencia de nuestro orgullo, de nuestra autosuficiencia, de nuestra independencia, de nuestro amor tantas veces desordenado, de nuestro error, de nuestra mentira, de nuestra absurda pretensión de ser necesario, de ser infinito, de ser absoluto cuando todo nos grita nuestra contingencia.
Pensemos y cada uno abunde luego en los sentimientos y en las razones que la inteligencia y el corazón les dicte, pensemos cómo marchar hacia la perfección, hacia la semejanza con Jesucristo y así responderemos a su amor.” Junio de 1961
“El Corazón de Jesús se nos presenta exigiendo nuestra reciprocidad pero además, nuestra imitación. El Corazón de Jesús es la sede de las virtudes más finas, de esas que sostiene o son imperadas por el amor... ¡Tantas veces nos hemos referido a ellas!: generosidad, delicadeza, lealtad, fidelidad, nobleza, finura...
La Iglesia quiere que además de agradecerle y repararlo, le pidamos a Jesucristo que produzca en nosotros una participación de sus virtudes. Que nos comunique, además de su amor, esas virtudes necesarias para responderle a Él mismo y a través los hombres.” Junio 1966
“Por eso está bien que contemplemos y meditemos con fe, con humildad, con la mayor capacidad de amor que tengamos, algo de ese inmenso amor que Jesucristo tiene. ¿Cómo es su amor?
Amor de benevolencia, porque no gana nada en querernos.
Amor de beneficencia porque se traduce inmediatamente en beneficios, en bienes para nosotros.
Amor generoso porque nos da nada menos que la propia vida divina infinita, y nos hace participar nada menos que de la misma naturaleza de Dios.
Amor fiel al extremo que es para siempre en su fuente y en sus dones, amor que quiere durar y beneficiarnos por toda la eternidad.
Amor sacrificado, increíblemente sacrificado, porque es a costa de su humillación más absoluta: la de un Dios infinito que se hace creatura y se encierra en los límites de la finitud.
Sacrificado en la Encarnación, sacrificio fundamental.
Y luego en el nacimiento infrahumano, y en la pobreza con todas sus secuelas; en el desprecio y la persecución permanente, y en su muerte infamante de esclavo que tuvo al partir de este mundo en la Cruz.
Amor sacrificado por sus sufrimientos: físicos, psicológicos, morales, teológicos: sufrimiento inmenso de sentirse responsable de los pecados de todos los hombres delante de su Padre.
Amor sacrificado hasta la muerte.
Y en la humildad del modo de quedarse en la Eucaristía.
Y en la persecución, el desprecio, el abandono, la falta de correspondencia que iba a sufrir en su permanencia en la Eucaristía, a través de los siglos.
Humillación inmensa también en la desfiguración que los hombres iban a presentar de su vida, a pesar de estar Él dentro de ellos. ¡Qué versiones grotescas de vida cristiana damos los cristianos!
Humillación en las persecuciones que a través de la historia El iba a sufrir: en la Iglesia, en los hombres en los cuales El iba a estar nuevamente encarnado.
Corazón de Jesucristo, Dios y hombre, fuente de amor delicado. Quiere vivir en nosotros y con nosotros para darnos la Vida, su Vida, a todos los respectos, en todos los detalles, en todas las dimensiones por más sutiles que ellas sean.
Amor leal de todos los momentos, de una continuidad y una omnipresencia sin la menor mengua, sin el menor desfallecimiento, sin la menor falta de consecuencia.
Amor noble para hacernos vivir con Él todo lo más elevado, para hacernos vivir ya en la tierra los mismos ideales, los mismos valores del mismo Dios.
Amor dotado de todas las virtudes que pueda suponer, que pueda producir, de las que pueda acompañarse.
Amor que a los ojos y al calor de nuestro propio corazón puede presentar un panorama de exquisiteces inacabables e inexpresables.
Contemplemos pues ese amor del Corazón de Jesucristo Dios y Hombre.
Contemplemos ese corazón no sólo receptáculo de amor sino de todas las virtudes en sus gamas más delicadas, en sus dimensiones más profundas, en sus consecuencias más universales, más externas y más trascendentales.
Contemplemos ese amor de Jesucristo y ese corazón que lo alberga y acerquémonos con humildad, con sinceridad, con rectitud, con sencillez; acerquémonos de la mano de la Virgen y abramos nuestro propio corazón para que se caldee con el mismo fuego y le responda como Él merece: con un amor que sea del mismo cuño porque derivado del Él mismo y se extienda a todos nuestros hermanos porque al ser del mismo cuño necesariamente difusivo; viene del Padre, pasa al Verbo, enciende el corazón de Jesucristo hombre, llega a nuestro corazón y debe seguir encendiendo en el mismo amor divino en el corazón de todos nuestros hermanos con quienes nos pongamos en contacto, por el trato social o por la oración, o la fuerza de nuestros méritos en la comunión de los santos y en el Cuerpo Místico. Acerquémonos con el nuestro abierto en nuestras propias manos, para que Él lo cargue de su mismo amor.
Que todo esto que Jesucristo nos ha enseñado haga a nuestro cristianismo bien genuino, verdaderamente auténtico, bien sobrenatural, bien derivado de la eternidad, bien fundado en el amor, pero en un amor que es de Dios, y de los hombres en Dios y para Dios y para la eternidad de Dios.
Que haga a nuestro cristianismo un cristianismo del amor dado por Jesucristo a nuestras almas. Que purifique y consuma dentro de nosotros toda escoria humana y nos haga encarar toda nuestra vida interior y exterior como instrumentos de glorificación de Dios y de salvación nuestra y de nuestros hermanos...” Mayo, 1967
“También esta devoción al Sagrado Corazón, como todas nuestras cosas, pongámosla en manos y en el corazón de la Virgen y Ella nos va a enseñar a vivirla y a expresarla del modo más conveniente.” Junio 1966