Pensamientos del Padre Etcheverry
Santísima Trinidad
“Todo lo que Jesucristo ha enseñado se funda principalmente en ese misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que constituyen la Santísima Trinidad… Es el misterio más importante que tenemos en el cristianismo; su celebración es la fiesta de la realidad más importante, del valor número uno, del máximo valor, de la máxima realidad que existe en el universo, que existe a secas. El segundo gran misterio del cristianismo, la Encarnación del Hijo de Dios, se entronca y es una prolongación de este primer misterio”. Mayo, 1967
“Si nunca se nos hubiera revelado el misterio de la Trinidad nuestra vida sería totalmente distinta. Nuestras relaciones con Dios serían solamente las relaciones con un Creador, enormemente distante de nosotros porque enormemente poderoso, infinitamente perfecto, con relaciones de dominio total sobre nosotros, de providencia sí, de amor sí, pero de enorme distancia.
Pero Dios nos revela que no es una sola persona, solitaria, sino una familia maravillosa constituida por un Padre, por un Hijo y por un Espíritu Santo que es vínculo entre ese Padre y ese Hijo y así todo para nosotros cambia. Dios es una Familia con tres rostros: del Padre, del Hijo y del vínculo, consejero de amor entre el Padre y el Hijo que es el Espíritu Santo y así descubrimos que ese Dios está lleno de amor y se define por el amor. Y la causa profunda por la cual nos ha creado es el amor y el amor a nosotros.
Y ese triple rostro lleno de amor hacia nosotros esconde un corazón inmenso; y llega a tanto en ese amor que resuelve encarnarse, hacerse hombre como nosotros en una de esas tres personas, y ese Dios encarnado muere por nosotros. Dios nos ha querido tanto que por amor nos hizo, por amor nos espera, por amor nos sigue, por amor nos ayuda... ese Señor es el que nos va a juzgar y también por amor…” Mayo, 1967
“¡Francamente cambia totalmente el sentido de la vida! La esperanza cristiana significa contar con la omnipotencia y el amor de Dios detrás de nosotros como respaldo de nuestra vida, respaldo de cada uno de nuestros pasos, respaldo de nuestro tiempo, respaldo de nuestra eternidad.” Junio, 196)
“La Revelación de la Trinidad, que fue esbozada poco a poco en el Antiguo Testamento pero que en realidad la tuvimos clara cuando viene Jesucristo al mundo y sale a predicar, esa Revelación de la Trinidad es el hecho más fabuloso, la noticia más admirable que jamás la humanidad pudo haber recibido, de la cual la Encarnación es una parte importante, maravillosa, y la Redención es otra parte, pero todo dentro de ese seno de la Trinidad.” Junio, 1966
“Pensemos además que eso no es sólo una noticia sino que, además, es una realidad a la cual nosotros nos incorporamos porque Jesucristo; la Segunda Persona de la Trinidad se hace hombre y nos injerta por el bautismo a Él y así nos hace penetrar de pleno derecho en el seno de Trinidad.
Y ahora ese Padre Eterno es nuestro Padre, y ese Consejero Eterno es nuestro Consejero, y ese Pensamiento Divino que está dentro de Dios es nuestro pensamiento; y ese Amor es nuestro amor y esa felicidad plenísima del Cielo es ya imperfectamente nuestra felicidad y va a ser nuestra propia felicidad plena en el Cielos; evidentemente todo esto es muy importante. ¡Vaya si la fiesta de hoy de la Trinidad tiene trascendencia para el cristiano!
Y en esa Santísima Trinidad nosotros hemos sido pensados desde toda la eternidad con infinita sabiduría, concebidos dentro del seno de Dios con infinito amor, de esa Santísima Trinidad hemos salido y venido al mundo, Ella nos protege con su sombra, Ella nos espera, mejor dicho, dentro de Ella ya estamos al haber sido incorporados a Jesucristo en el bautismo y vivir dentro del seno de la Iglesia. Esas tres Personas no sólo son enormemente amables -además de infinitamente perfectas- sino que han querido incorporarnos a nosotros a su vida.” Junio, 1969
“¿El bautismo, qué es lo que ha hecho? Nos ha incorporado a Jesucristo y nos ha sellado con el sello de la Santísima Trinidad. No nos pertenecemos. Nosotros pertenecemos a Dios: pertenecemos a la Trinidad, pertenecemos a la Sabiduría y al Amor infinito de Dios.
Cuando nosotros fuimos bautizados, fuimos sellados con el sello del Espíritu Santo. Nuestra alma quedó con ese “sello de fábrica”, con esa pertenencia, con esa consagración. Muchas veces creemos que para consagrarse a Dios hay que ser Papa, hay que ser obispo, o sacerdote o monja de clausura. Todos los cristianos estamos consagrados a Dios. No sólo estamos consagrados a Dios porque nos ha creado, sino porque además en el Bautismo hemos sido incorporados en Jesucristo a la familia divina y hemos recibido en el alma ese carácter que nos hace consagrados a Dios, consagrados a la Trinidad.” Mayo, 1967
“Podemos por una parte gozarnos de lo que es la Trinidad en sí, de que Dios sea tan grande, sea tan feliz, sea tan bueno, que viva dentro de sí una vida de familia tan perfecta; y podemos además alegrarnos por nosotros mismos, por haber sido incorporados a esa familia: Dios como familia maravillosa existe especialmente dentro de nuestra propia alma.
Por eso la fiesta de la Santísima Trinidad es ante todo la fiesta de nuestra interioridad, una fiesta que nos convida a mirar dentro de nosotros mismos, a cerrar los ojos a las apariencias del mundo y abrir los ojos del alma a nuestra realidad. Y allí contemplar o al menos tener la plena certeza de que no estamos solos, que estamos con la compañía más augusta, más espléndida, más linda y más poderosa, más útil. La compañía de nuestro Padre, de nuestro Hermano Jesucristo, de nuestro Consejero el Espíritu Santo.
Asumamos en su Fiesta esa realidad, tomemos mayor conciencia, consagrémosle aunque sean unos minutos de nuestro día a celebrar, a conversar con la Trinidad Santa dentro de nosotros, y acostumbrémonos a hacerlo cada día.
Si nosotros llegamos a contar permanentemente con un Padre que no sólo está en el cielo sino que está además en nuestra alma, y está dispuesto a escuchar nuestros pedidos, a ayudarnos en nuestros problemas, a recibir nuestras confidencias alegres o tristes, un Padre que es sabio, que es poderoso, que es bueno, que nos quiere mucho;
si sobre todo nos acostumbramos a contar con la presencia de Jesucristo, nuestro Hermano, nuestro amigo que está dispuesto permanentemente a llevar junto con nosotros todos nuestros problemas cotidianos, todas nuestras necesidades temporales y eternas, está dispuesto a guiarnos con su propia luz, a calentarnos con su fuego, a darnos fuerza con su energía, a sostenernos permanentemente en todos nuestros pasos, a orientarnos, a ayudarnos, a compartir nuestra alegría, nuestras alegrías y nuestras tristezas;
y finalmente si contamos además con el Espíritu Santo y le pedimos su consejo, le pedimos sobre todo que nos una a Jesucristo que ésa es su misión principal;
si nosotros llegamos a contar realmente con la Trinidad, nuestra vida en la tierra va a ser muy segura, va a ser muy pacífica, va a ser muy sin problemas fundamentales por más que tengamos toda clase de inconvenientes externos, y sobre todo va a ser muy feliz porque nos va a llevar definitivamente al cielo a gozar un día con esa Trinidad ya no a la luz de la fe sino a la luz de la contemplación misma, a la luz de la gloria.” Junio, 1966
“¿Qué es la vida nuestra? ¿Para qué estamos en el mundo?
Estamos en el mundo para incorporarnos a la vida de Dios, para entrar en el seno de esa Familia Trinitaria por la puerta del Hijo de Dios. Esto significa que nosotros en ese comercio maravilloso de relaciones de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos colocamos junto al Hijo y recibimos todo el amor del Padre hacia Él, y le expresamos con el Hijo nuestro amor filial a ese Padre. Y nos dejamos asumir por el Espíritu Santo que es el vínculo entre el Padre y el Hijo, nos dejamos asumir como es asumido Jesucristo. Ese Espíritu Santo nos une a Jesús y al estar unidos con Jesucristo nos une al Padre.
Formamos parte de la familia de Dios, somos dueños del mundo porque Dios es el dueño y nosotros somos hijos de ese dueño. Podemos tener plena conciencia de que todas las cosas Dios las ha hecho para que nosotros sus hijos las usemos, las usufructuemos a los efectos de darle gloria a Él sí, pero de alcanzar nosotros simultáneamente nuestra plena felicidad.
Pertenecemos a tal o cual familia según la sangre, pertenecemos a tal o cual pueblo según factores sociológicos, históricos, étnicos, políticos, pero pertenecemos mucho más fundamentalmente, más profundamente y con mucha más trascendencia para siempre, a la familia de Dios; porque somos una misma cosa con Jesucristo que es nuestra Cabeza que al ser el Hijo de Dios, nos hace hijos también a nosotros y estamos destinados a ir un día al cielo a vivir la misma vida de Dios con pleno derecho, con el derecho que tiene un hijo. Ese es nuestro estado y ése es nuestro destino.
Eso tiene que darnos un gran señorío sobre todas las cosas que son cosas de Dios y son nuestras, tenemos que pasar por la tierra con un gran señorío, usando las cosas en tanto en cuanto nos sirvan. ¿Para qué? Para conservar y desarrollar en nosotros ese estado de hijos de Dios y de hermanos de Jesucristo que nos da la gracia y de esa manera, conservando ese estado y desarrollándolo, asegurar nuestra pertenencia definitiva allá en el Cielo a la Familia Trinitaria.” Mayo, 1967